Cuando te rompe quien prometió cuidarte
Hay dolores que no hacen ruido. No sangran, no dejan cicatriz visible. Pero se quedan ahí, como una sombra detrás del pecho. La traición es uno de ellos.
Esta semana, fui a la iglesia El Lugar de Su Presencia, donde me congrego con frecuencia. Pero esta vez fue distinto. Fui acompañado. Y tal vez por eso, el mensaje me alcanzó de otra manera.
La predicadora y cantante Christy Corson compartió una reflexión profunda y cruda: El dolor de la traición.
No fue un mensaje para convencer. Fue un espejo. Un bisturí en el alma.
Y entre tantos rostros atentos, yo solo pensaba en una frase que me ha acompañado últimamente más de lo que quisiera admitir:
“Yo mismo fui víctima de una traición en la amistad, y es algo que todos los días me duele.
Pero me pregunto si, inconscientemente, he traicionado alguna vez.”
Las traiciones más dolorosas no vienen de lejos
No duele el enemigo. Duele el amigo.
Duele quien conocía tus secretos. Quien caminó contigo. Quien sabía exactamente cómo cuidarte… y aún así, eligió no hacerlo.
Christy habló con una claridad desarmante. Recorrió episodios bíblicos conocidos:
- Caín, consumido por celos, levanta su mano contra Abel.
- Absalón, hijo de David, conspira contra su propio padre.
- Judas, el que compartía la mesa, entrega a Jesús con un beso.
Y aunque esas escenas parecen lejanas, las vivimos todos los días con otros nombres, otras voces, otros escenarios.
La traición en tiempos digitales: más sutil, más cruel
Hoy no hace falta un puñal. Basta un silencio. Una conversación no defendida. Una historia con doble sentido. Una ausencia sin explicación.
En un mundo saturado de mensajes, es paradójico que lo que más escasea sea la verdad.
No la verdad moralista, sino la emocional. La que dice: “me doliste”, o “fallé sin querer”, o “no supe cómo estar, pero lo intenté”.
A veces somos víctimas. A veces, somos culpables sin saberlo.
Esa es la pregunta que duele.
No la del “¿por qué me traicionaron?”, sino la del “¿a quién he traicionado yo sin querer?”.
Tal vez al guardar silencio cuando alguien necesitaba nuestra voz.
Tal vez al irnos sin despedirnos bien.
Tal vez al hablar con otros lo que debimos decirle a esa persona en la cara.
Tal vez… por no saber cómo amar.
Y no, eso no nos convierte en malas personas.
Nos vuelve humanos. Pero el que ha sido herido tiene dos caminos: repetir… o sanar y transformar.
El peso real de una palabra
Santiago 3:5-6 lo dice claro: la lengua es como un fuego.
Salmo 64:3 compara las palabras con flechas envenenadas.
Efesios 4:29 pide que nuestras palabras edifiquen.
Hoy más que nunca, necesitamos cuidar lo que decimos.
Porque las frases matan.
Y no siempre piden perdón.
Confrontar también es amar
Christy lo expresó de forma brutalmente honesta:
“Las heridas del amigo sincero valen más que los besos del enemigo hipócrita.”
(Proverbios 27:6)
Y es cierto.
Quien ama de verdad, confronta. No por orgullo. Por cuidado.
Por respeto.
Porque prefiere una incomodidad sincera antes que una traición disfrazada de sonrisa.
¿Qué hacemos con lo que nos rompió?
No hay respuestas únicas, pero sí intenciones claras:
- Sentir el dolor. No anestesiarlo.
- Hablar con quien se debe. No con quien solo escucha.
- Perdonar. Aunque cueste. Aunque duela. Aunque no se entienda.
- Pedir perdón si hicimos daño sin querer.
- Y vivir con más conciencia, para no repetir lo que alguna vez nos dejó en pedazos.
A todos nos han fallado. Pero todos, también, hemos fallado.
Eso no te condena.
Eso te humaniza.
Y si tú también has sido víctima de una traición —de una amistad que prometía ser para siempre, de una confianza rota, de una palabra que te mató por dentro—, te abrazo desde aquí.
Y si tú, como yo, te preguntas si alguna vez heriste sin saberlo, ese es el comienzo de algo nuevo.
Porque la conciencia es el inicio del perdón, y el perdón, el primer paso hacia la libertad.
Cierra los ojos. Piensa en esa traición. Ahora pregúntate:
¿Vas a quedarte ahí… o vas a convertir esa herida en sabiduría?
Y en este mundo saturado de ruido, de filtros y de máscaras, lo más revolucionario es vivir con verdad.m
Incluso cuando esa verdad duela.
Incluso cuando te obligue a cambiar