Lara Pastelería en Zipaquirá: un lugar donde el dulce tiene historia
No todos los lugares te hacen volver a mirar la comida como algo íntimo. A veces una torta no es solo una torta, y un milhojas no es solo un postre. A veces, detrás de una capa de hojaldre perfecta, hay generaciones, secretos, intuición y ternura. Eso fue lo que encontré en Lara, una pastelería familiar en Zipaquirá que se ha ganado un rincón importante en mi memoria.
No llegué por casualidad. Me habían hablado de ella. Con cariño, con énfasis, como se recomiendan los lugares que se descubren con emoción y se comparten como un tesoro. Así llegué, con expectativas altas, y aun así me sorprendí.
La Salinera: algo más que una torta
Probé varias cosas, pero hay una que se quedó conmigo: La Salinera, una torta que fue parte del Torta Fest y que, sinceramente, debería estar en cualquier feria de repostería artesanal del país.
Está hecha con un biscochuelo blanco suave pero firme, una ganache de arequipe con almendras que no empalaga —solo envuelve—, y una crema de la casa que tiene algo especial: está elaborada a base de pan y hojaldre triturado, como una receta que alguien alguna vez inventó porque no quería desperdiciar nada… y terminó creando algo completamente nuevo.
Es un postre que no grita. No es exuberante. Pero se queda contigo. Tiene identidad, tiene textura, tiene una historia que no se cuenta, pero se siente con cada bocado.
El milhojas, con el respeto que merece
Y si hablamos de clásicos, el milhojas de Lara merece mención aparte. Porque no es fácil hacerlo bien. No se trata solo de poner crema entre capas de masa. Aquí, la técnica es precisa, el hojaldre es crujiente sin romperse del todo, y el relleno tiene ese equilibrio que tan pocos logran: dulce, sí, pero suave, casi elegante. Nada sobra.
Si estás en Cundinamarca y amas este tipo de postres, este milhojas debería estar en tu lista.
Lo que no se ve, pero se nota
Además del sabor, hay cosas que uno nota sin buscarlas. El lugar está impecable. Limpio, cuidado, con vitrinas bien organizadas y un ambiente donde se respira trabajo honesto. No hay decoración de moda ni luces de neón. Hay lo que tiene que haber: respeto por la repostería y amor por lo que hacen.
Lara no es una pastelería más. Es uno de esos lugares que no necesitan publicidad porque quien va, vuelve. Y quien prueba, recomienda. Si vas a Zipaquirá, hazte un favor: entra, pide algo (lo que sea), siéntate y come sin prisa. Hay lugares donde el postre no es el final, sino el inicio de algo.