F1: La Película — Brad Pitt, la velocidad y la cámara que llevas en el bolsillo
Por qué F1 no es solo una película, sino una revolución visual que se siente en el pecho
He visto F1: La Película seis veces en cine. No porque no entendiera el argumento. No porque fuera fanático de la Fórmula 1 (aunque ahora lo soy un poco más). La vi seis veces porque hay algo profundamente hipnótico en esta cinta. Algo que no está en los diálogos, ni siquiera en la historia de redención de Sonny Hayes. Está en cómo se ve y se siente. Y eso, en una era donde lo visual abunda pero pocas cosas conmueven, es un logro.
Brad Pitt y el mito del último piloto
Pitt no actúa: vive el personaje. Su presencia es más la de un hombre que se niega a ser olvidado que la de una estrella de Hollywood. Hay arrugas en su mirada y orgullo en sus silencios. Pero también hay una especie de ternura cuando mira a Joshua Pearce (Damson Idris), su compañero de equipo, como quien sabe que el mundo ahora es de otros, pero aún tiene algo que enseñar.
La película no cae en tópicos fáciles. No es Días de Trueno. Es más íntima, más técnica. Una carta de amor al automovilismo desde adentro.
Filmada con iPhones… ¿de verdad?
Sí. La película fue parcialmente grabada con iPhones modificados por Apple, integrados en autos reales de F2, en Grandes Premios auténticos. Es difícil de creer, pero aún más difícil de ignorar una vez lo sabes. Las tomas en primera persona, con el auto rozando el asfalto, la vibración, el desenfoque cinético… no se sienten como efectos. Se sienten como velocidad real.
Joseph Kosinski, el director detrás de Top Gun: Maverick, vuelve a demostrar que entiende cómo capturar movimiento. Pero lo realmente audaz fue confiar en la cámara de un teléfono. Y no cualquier teléfono: el iPhone 15 Pro, modificado para grabar en ProRes, en condiciones extremas. Lo que antes se hacía con grúas y helicópteros, ahora cabe en un habitáculo.
Esto no solo es un experimento técnico. Es una declaración de principios: el cine puede evolucionar, y no todo lo grande necesita parecer caro.
Realismo sin pose
Con la asesoría de Lewis Hamilton, que además produce el filme, el guion evita las exageraciones hollywoodenses. No hay explosiones espectaculares ni vueltas imposibles. Lo que hay es tensión mecánica, sudor, fricción. El cuerpo como límite. La cámara dentro del casco. El miedo a 300 km/h que no se dice, pero se siente.
Ver la película en una sala IMAX es casi una obligación. No por el espectáculo, sino por la sensación física que provoca. Como si la butaca temblara cada vez que el motor sube de revoluciones. No es una película para ver, es una película para experimentar. No la veas en cinemark nada que ver su sala en otras si