Sal y Leyenda: Un Viaje en Tres Capas
Hasta hace poco, no conocía El Palacio de la Almojábana. Pero bastó una sola visita para vivir una de esas gratas sorpresas que solo da el paladar cuando se encuentra con lo genuinamente extraordinario. Detrás de esta propuesta dulce se encuentra Luz Dary, una pastelera emprendedora con una visión clara: rescatar las raíces culturales del altiplano cundiboyacense a través de la repostería artesanal.
La obra maestra que tuve el privilegio de degustar se llama Torta Sal y Leyenda, y no exagero al decir que es una de las mejores que he probado. Esta torta no solo es una delicia gastronómica, sino también un relato comestible, un homenaje profundo y bien ejecutado a las raíces ancestrales de la región.
Una torta, tres capas, una historia
La experiencia comienza con la primera capa, acertadamente bautizada Raíz Indígena. Un bizcochuelo elaborado con harina de maíz y endulzado con panela, ingredientes sagrados para los antiguos muiscas, quienes habitaron el altiplano y establecieron una cosmovisión donde el maíz y la caña eran símbolos de vida y espiritualidad. El sabor terroso del maíz, equilibrado con la dulzura rústica de la panela, despierta en el comensal una conexión casi sensorial con la historia.
La segunda capa eleva el relato con un bizcochuelo de vainilla teñido de rojo, que rinde tributo al tradicional “caramelito”, ese dulce emblemático que ha endulzado generaciones enteras en la ciudad. Aquí la nostalgia se mezcla con la técnica, creando un balance visual y gustativo que seduce desde el primer bocado.
La tercera capa es quizás la más inesperada: un bizcochuelo de limón que aporta una nota cítrica brillante, refrescando el paladar y cerrando la experiencia con un giro moderno y sofisticado. Esta capa no solo equilibra los sabores, sino que deja una estela de frescura que invita, sin duda alguna, a repetir.
Más que un postre, una propuesta cultural
La Torta Sal y Leyenda no es simplemente un pastel; es una declaración de principios, una pieza de resistencia cultural envuelta en azúcar y harina. Cada capa está pensada con intención, con memoria, con respeto por lo ancestral y con una visión contemporánea que la convierte en un producto único en el panorama repostero colombiano.
Luz Dary no solo hornea tortas, hornea relatos, y su cocina es un espacio de creación donde la identidad local se convierte en arte comestible. Es por ello que El Palacio de la Almojábana no puede pasar desapercibido para quienes buscan más que un sabor: una historia, una experiencia, un legado.
Un nuevo destino dulce en el mapa
Luego de esta visita reveladora, solo puedo decir que volveré. Y esta vez, el destino será Sopó, donde se encuentra otro punto del Palacio que ya se perfila como una parada obligatoria para los amantes de la buena repostería con alma.