Sexy Tokio, más allá de la crítica
Volver a Sexy Tokio después de más de dos años era, para mí, regresar a un escenario de interrogantes. En el tiempo transcurrido, el restaurante —un ícono de la fusión asiática con acento japonés en Bogotá— había sido objeto de críticas demoledoras, particularmente en una reseña circulada por podcasters que apuntaban directamente al servicio. Pero la crítica responsable no se deja guiar por ecos: se sumerge, experimenta, constata.
Fui invitado a una master class de sushi y coctelería, y decidí asistir acompañado por Marco, un amigo con gran sensibilidad hacia la cocina asiática. Le pedí que me acompañara no solo como comensal, sino como testigo. Nuestra misión era clara: observar con lupa la experiencia, medir con precisión el pulso del servicio.
Desde el primer momento, la atención fue tan espontánea como precisa. Solo una persona sabía quién era yo, lo cual preservó la naturalidad de la experiencia. Y fue entonces cuando apareció Luis. Mesero. Profesional. Artesano del detalle. Su capacidad para leer la mesa, anticiparse a las necesidades y transmitir calidez sin invadir, merece un capítulo aparte. En una ciudad donde la atención suele ser un punto flaco, Luis brilla con luz propia.
La master class de sushi fue dirigida por el itamae Darío Padilla. Más que una clase, fue una ceremonia didáctica. Su dominio técnico se refleja en cada paso, pero lo más admirable fue su capacidad para compartir conocimiento sin pretensión. Aprendí a comprender el sushi desde su raíz: no como un producto, sino como un lenguaje hecho de texturas, tiempos, temperaturas y filosofía.
Mientras tanto, en la barra, la coctelería no solo se preparaba, se interpretaba. El líder de barra, Juan Gómez, junto a Cristian Guerrero, ofrecieron algo más que bebidas: compartieron visión. Cada cóctel fue explicado, desmontado, reconstruido en la mente de los asistentes. Fue una experiencia pedagógica, sensorial y profundamente humana.
🥢 Los sabores que narran
Ramen de panceta de cerdo ahumada
Este no es un simple ramen: es una declaración de intención. El caldo de shoyu acaricia el paladar con capas de umami, salinidad y dulzor vegetal. La panceta ahumada se deshace con suavidad, sin perder carácter. Cada bocado invita a detenerse, a escuchar el silencio entre sorbos.
Panna cotta de mirin y matcha
Una obra de sutileza. La textura es cremosa, envolvente, mientras el matcha aporta amargor elegante y la limonaria un susurro cítrico. Los lychees y el crocante de miel pasionaria elevan el postre hacia una experiencia multisensorial que no olvida el equilibrio.
Cóctel con shake, mezcal, carbón activado y costra de arándano
Oscuro, provocador y audaz. El carbón activado crea una estética intrigante, mientras la costra de arándano y el mezcal chocan con intensidad y elegancia. Es un cóctel que exige atención y devuelve una historia en cada sorbo.
Torii
Frutas profundas, humo delicado. Este cóctel combina ciruela y flor de Jamaica con un final ahumado sutil, que no domina, sino que insinúa. Refinado, introspectivo, casi poético.
Un servicio que orquesta toda la experiencia
Además de Luis, quiero aplaudir a Vanessa, quien fue la única persona al tanto de mi visita y responsable directa de mi presencia esa noche. Su entusiasmo auténtico, gestión impecable y calidez profesional elevan la experiencia de Sexy Tokio a una dimensión aún más positiva. Su manera de conectar, sin excesos ni rigidez, demuestra que el alma del buen servicio está en los detalles humanos.
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Sexy Tokio no es solo un restaurante de diseño moderno o una cocina de autor asiática. Es una experiencia integral donde el servicio no acompaña: lidera. En un escenario gastronómico cada vez más competitivo, este lugar reafirma que la hospitalidad auténtica es tan esencial como el mejor plato o el cóctel más ingenioso.
Mi regreso no solo disipó las críticas pasadas: reafirmó que cuando el equipo humano se compromete, todo fluye con excelencia. Sexy Tokio ha elevado el estándar, y yo, como crítico y comensal, no puedo sino recomendarlo con convicción y respeto.