Donde humea, hay ritual
Escrito por: Felipe Barrera
Hay placeres que no se aprenden, se heredan. Uno de ellos es el de cocinar con fuego, al aire libre, dejando que el humo marque el tiempo y que la carne —o cualquier ingrediente noble— revele su esencia lentamente, sin prisa, sin artificios. Hoy, 16 de mayo, el mundo celebra ese arte primitivo y refinado a la vez: el Día Mundial de la Barbacoa.
El fuego como lenguaje universal
Desde las montañas del Cáucaso hasta los patios de Córdoba, pasando por los valles texanos y las calles de Seúl, la barbacoa es más que una técnica: es un idioma compartido. Uno que no necesita traducción, solo brasa, paciencia y buena compañía.
En Argentina, es el asado; en Sudáfrica, el braai; en Corea, la ceremonia del gogi-gui. En cada rincón del mundo, el fuego reinterpreta la identidad cultural, y lo hace con sabores únicos pero con un alma común: el deseo de transformar el acto de comer en un momento de conexión.
Un poco de historia
La palabra “barbacoa” proviene del término taíno barabicu, una técnica caribeña ancestral en la que los alimentos se cocinaban sobre una rejilla de madera suspendida sobre brasas. Era un método lento, ceremonial, casi espiritual.
Los conquistadores españoles llevaron la palabra a Europa, pero fue América —y luego el mundo— quien elevó el ritual a distintas cumbres: desde la rusticidad del pit barbecue tejano hasta la precisión del yakiniku japonés.
Elegancia en el asado: cuando el lujo se encuentra con la tradición
En el mundo del fine dining, la barbacoa ha dejado de ser solo sinónimo de informalidad. Grandes chefs han devuelto al fuego su estatus sagrado. El humo se ha convertido en ingrediente. La madera elegida, en parte del perfil sensorial. Y el corte perfecto, en símbolo de respeto por la materia prima.
Una barbacoa de lujo no necesita caviar. Basta con un entrecot madurado, una verdura de estación y el tiempo exacto para que los jugos se transformen en poesía.
Reglas de oro para una barbacoa impecable
- El fuego debe escucharse, no gritar. Una brasa controlada es clave. La llama es vanidad; la brasa, sabiduría.
- El corte lo es todo. Invierte en calidad: un buen chuletón, cordero lechal, mollejas delicadas o incluso un portobello carnoso.
- Menos es más. Sal marina, aceite de oliva virgen extra, una ramita de romero fresco. Y nada más.
- No cocines. Orquesta. La barbacoa es sinfonía: aromas, texturas, sonidos, conversación. Cada elemento debe entrar en escena con intención.
El verdadero lujo está en lo esencial
En tiempos donde todo es urgente, la barbacoa nos obliga a detenernos. A esperar. A observar cómo el fuego transforma. Y eso, en un mundo que corre, es un lujo.
No se trata solo de comer: se trata de volver a lo esencial con elegancia. De entender que lo sofisticado no siempre brilla; a veces, simplemente humea.
Hoy no celebramos un plato. Celebramos un ritual. El arte lento de cocinar con fuego. Porque, en el fondo, todo lo verdaderamente memorable —una historia, una copa, un encuentro— comienza igual: con una chispa.